El maestro Rosales, cuento de la escritora Ana María Moisés Trujillo
Ana Maria Moisés Trujillo, Narradora de Historias. Especialista Superior en Literatura infanto juvenil escribió:
Esta historia me la contó Ramona. Ramona fue, la Señora que trabajo en casa por más de 20 años y que con infinita paciencia me ayudo en la crianza de mis cuatro hijos. Por las tardes, cuando ella planchaba en la cocina, me instalaba cerca suyo, con cuadernos, lápices, libros, y un pequeño grabador. (Que ella no veía)
A ella le gustaba que le contara cuentos, o le hablara sobre los que estaba preparando, pero en realidad, lo que yo quería era que ella me contara historias de su Tucumán natal, historias de tradición oral un verdadero tesoro para mí.
Y así escribí esta historia.
MI abuela me contó, que Arcadia por el 1889 era una zona de fincas, y que reciencito estaba llegando el ferrocarril y se instalaban los primeros ingenios.
Vea Doñita, hacia muchísimo tiempo que entre Lules y Concepción no había escuela
A los chicos no les importaba, porque andaban traveseando por el campo, con la gomera o ayudando en las chacras.
Las niñas en la cocinas, o en las huertas y aprendiendo a tejer en los telares.
Pero de cuentas y de saber leer, nada, de nada.
Hasta que un día comenzó el rumor que en el montecito se estaba construyendo una escuela.
Era un rancho laaargo de adobe y techo de paja.
Con varias ventanas, algunas con vidrio, y otras con un trapo de colores para que no molestara el sol.
Así llego el Maestro Rosales, a la escuelita
Con la ayuda de los vecinos se las arreglo para el acomodo
Dentrando, en el lado derecho, un catre y una mesita que el maestro tapaba con una estera de juncos.
Al lado la cocina de leña, una mesa y dos banquitos y desde ahí comenzaba el aula.
Primero los mapas, dos o tres nomás, después la biblioteca, en realidad un armario pintado de verde Nilo, con algunos libros casi todos traídos por el maestro.
Los bancos, y mesas largas donados por una iglesia, y pupitres viejos de una escuela de Concepción; y en la pared final un pizarrón, ese si, nuevito, nuevito, los chicos nos sentábamos de espaldas a la cocina y al catre del maestro, para mirar mejor la pizarra.
A la mañana muy temprano comenzaba a sonar la campana, la primera en llegar mi abuela Ramonita, que como vivía cerca lo ayudaba preparar el mate cocido para los chicos.
Los chicos, iban llegando, algunos en sulky, otros en burro y muchos a pie, con las alpargatas embarradas, que el maestro les hacia frotar sobre unas maderas
La abuela decía, capricho de Don Rosales si el piso de la escuela es de tierra..
El día comenzaba con el saludo a la bandera.
“Salve Argentina bandera azul y blanca” ¡que trabajo le había dado al maestro, que la aprendieran!
Los chicos muy bien no se portaban al principio de las clases, no estaban acostumbrados a estar tanto tiempo sentados y prestando atención. Especialmente El Mímico y el Venancio Trejo.
En realidad le decían el Negrito Trejo, pa’ diferenciarlo del padre que se llamaba igual.
-Trejo .pase a leer-No estudie maistro- y así un día y otro.
Hasta que el maestro parece que se canso, y se apareció con una varita de mimbre larga y finita zis, zas, que azotaba el aire.
Le va a pegar, decían los chicos, ¡no si el maistro es mas bueno! decía mi abuela.
Pero un día, cuando el Negrito Trejo dijo, hoy no estudie, Rosales le dijo: vamos al patio
Nadie hablaba, y se oyó zis, zas, la varita que azotaba el aire.
Nos asomamos despacito por la ventana y solo se veía una polvadera
El negrito saltaba y saltaba, las piernas que las tenia blancas de paspadas estaban rojas y la cara también.
El maestro usaba la varita como si fuera una cuerda de saltar
salte, m ‘ijo salte, a ver si así se le afloja el cerebro y me aprende las lecciones…
Decía la abuela que ella se fue a vivir a Lules, ahí termino el colegio ahí se casó después de muchos años se fue a vivir Concepción.
Y quiere creer Doñita que dice que vio en una casa, una chapa dorada lustrosa, que decía “Dr. Venancio Trejo medico de niños.”
¿Será verdad Ramona?
Ah no se señora. Así me lo contó mi abuela.
Ana María Moisés Trujillo- 19 de abril 2015